viernes, 27 de mayo de 2011

Sobre Tabacalera Madrid

La primera vez que oí hablar sobre Tabacalera fue en la Escuela de Arquitectura. Sin conocer nada acerca del edificio, salvo su ubicación (C/ Embajadores 53), pensé en el típico estereotipo céntricoedificiohistóricorehabilitadocomoespaciocultural. Estereotipo muy de actualidad, múltiplemente reproducido por ciudades e incluso pueblos y cuya seña en común de muchos de ellos es no tener realmente claro cuál debe ser el fin último de su intervención. Algo muy habitual de quienes promueven, financian y ejecutan un proyecto, en busca generalmente de beneficios indirectos: politiquillos con poder y arquitectillos con ansias.

Nada más lejos. Tabacalera no es eso. A pesar de guardar ciertas relaciones con el actual y a su vez obsoleto estereotipo, Tabacalera no es eso por muchísimos motivos. Tabacalera representa el germen menos contaminado de una sociedad activa y múltiple que poco a poco quiere aprender, quiere dar sus frutos. Tabacalera enuncia el inédito concepto de autogestión como norma de funcionamiento. Tabacalera es, a cada momento, lo que quiere ser. Tabacalera es un auténtico multiespacio, muy vivo, porque sus pobladores están muy vivos. Un lugar donde las actividades surgen y se desarrollan a la velocidad que sus usuarios imprimen, y donde gracias a esa libre y comprometida participación popular, el interés social en los sucesos que allí tienen lugar es norma habitual.

Para profundizar en lo que Tabacalera significa, hagamos repaso a los hipercitados ingredientes que en la actualidad los arquitectos buscamos introducir al iniciar nuestros proyectos: espacios híbridos, mixtos, sociales, participativos, integradores, sostenibles, con economía material y energéticamente racionales, sin olvidar el reciclaje programático y material; espacios donde poder trabajar, donde poder comer, donde poder divertirse, donde poder relacionarse, Como no, agregamos a la lista un guiño a la ecología, que es lo que hay que vender hoy. Ingredientes tan conceptualmente loables como escasamente aplicados y que, además, difícilmente sabemos ni cómo ni cuándo integrar a nuestra receta proyectual y que suelen quedarse en vacuas palabras. Aunque digamos lo contrario.

Y sin embargo, Tabacalera reúne muchísimos de esos ingredientes, con el profundísimo valor que ello tiene. Y lo mejor de todo, la receta funciona sin que el colectivo Tabacalera lo sepa. Bendita inconsciencia, bendita espontaneidad. Por si fuera poco, Tabacalera se olvida, de nuevo inconscientemente, de uno de los mayores males de la arquitectura actual: la forma.

Tras dos experiencias en Tabacalera uno llega a darse cuenta que lo más importante de Tabacalera es la ausencia de planificación. Habitualmente, la ausencia de planificación suele significar riesgos, desorden y caos. Para Tabacalera, riesgos, desorden y caos significan magníficas semillas de la investigación plástica.
Probablemente lo peor que le pueda pasar a este global centro social y cultural, sea recibir una gran subvención por parte de alguna entidad pública, administración o fundación privada. Bajo tal hipótesis, Tabacalera ganaría en medios materiales, recibiría un programa de financiación, y resumiría sus avances en beneficios tangibles. A cambio perdería la magia de todo lo intangible (y por tanto no económicamente capitalizable) que Tabacalera encarna hoy. Recuerden que la mano de politiquillos y arquitectillos queda lejos en Tabacalera.

Hay muchísima arquitectura en tabacalera. Arquitectura de esa que no se puede fotografiar, ni se puede entender sin participar de ella. Arquitectura no sujeta a crítica arquitectónica, porque no hay proyecto arquitectónico, ni arquitecto que lo firme. Serenamente, pienso que los mejores estudios internacionales de arquitectura del mundo firmarían sin dudar que, sus proyectos, una vez construidos, albergaran todo lo que Tabacalera alberga. Y que igualmente firmarían que su producción arquitectónica fuera tan fiel a su esencia como Tabacalera es. Yo, al menos, sí firmo.